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10/25/2010

No me hagas escribir tu historia de amor

Terminadas las compras del día, se apresuró a coger el bus. Caminó hacia el paradero mientras comía el último pedazo de su panini de queso con tomate. Apenas hubo botado el envoltorio, vio que el bus se asomaba por la esquina. ¡Justo a tiempo!

El bus de la línea 4 iba inusualmente lleno, tanto así que tuvo que caminar hasta el último asiento para encontrar un espacio libre. Arregló sus compras para que cupieran dentro de una sola bolsa, y sacó su libro. Mirar por la ventana era demasiado peligroso para su salud mental, ya que con el paisaje seguramente iba a ponerse a pensar en… Detuvo su corriente de la conciencia ahí mismo y se puso a leer. ¿En qué iba? Ah, sí, Carlos recibía una carta de un tío que estaba enfermo y se levantaba a la medianoche para ir a visitarlo.

Un joven de cabellera clara la distrajo momentáneamente de su lectura cuando montó las escaleras de la parte trasera del bus. Ella trató de no dejar volar su imaginación, y se obligó a mantener los ojos en el libro. Increíble que ahora todo le recordaba a él. Todo. Tan cerca queda el odio del amor… ¡Tan difícil era dejar de pensar en él! Sacudió su cabeza e intentó concentrarse nuevamente en su libro. El recuerdo de su primer beso con él resucitó un millón de mariposas y un escalofrío corrió por su cuerpo. Sonrió y miró por la ventana mientras esa voz en su interior intentaba regresar su atención a la serie de hojas impresas que afirmaba entre sus manos en forma de novela antigua.

Pero ya era muy tarde. La novela se hallaba ahora en los enredos de su vívida imaginación. El joven de cabellera clara era él, porque él todavía la amaba y jamás la iba a dejar de querer. El joven había corrido detrás de ella y había cruzado mares para verla una vez más y decirle que no la iba a dejar ir. Ella era todo para él, y nadie más iba a reemplazarla en su corazón.

Corazón… Corazón… ¿Corazón? Corazón delator. Sí, como el cuento de Poe. Su corazón latía tan desmesuradamente hasta el punto de estar segura de que si su vida terminaba ahí mismo, él iba a seguir escuchando los latidos que su corazón sin vida le dedicaba.

Pestañeó un par de veces y Carlos había arribado ya a la casa de su tío enfermo. Suspiró y miró a su alrededor. En el bus el joven de cabellera clara caminaba hacia la puerta preparándose para bajar en la próxima parada. No era él. No podía ser él. Jamás iba a ser él; al menos no aquí. Él no saldría corriendo tras ella. Él ya la había olvidado, sus palabras habían sido en vano porque -tristemente lo había aprendido- sus palabras no tenían peso. Iban y venían con el viento, y cualquier suave brisa se las podía llevar. No, sus palabras no eran de confiar. ¿Por qué su corazón no podía comprender esta simple pero cierta tragedia? Seguía latiendo con cada batir de las alas de las miles de mariposas que aún volaban cuando recordaba algún momento con él. Su corazón, estúpido e inocente, seguía latiendo en vano. Quizás… quizás lo iba a dejar latir, dejar que lata hasta que explote. Que la sangre se derrame luego por el suelo hasta yacer sin vida en medio del mundo que sigue girando. Él no iba a venir. La novela en sus manos avanzaba frente a sus ojos, pero su mente ya no la seguía. Ella había creado otra novela en su mente. Una novela peligrosa; un cuento de mentiras; una fábula sin moraleja.

Reconoció el paisaje y cerró su libro. Se acercó a la puerta y descendió del bus… Él no venía detrás.

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