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¡Emoción! ¡Mucha emoción!

Recordaré por siempre esta fecha, no por ahora, sino por lo que pasó hace exactamente un año.

Recuerdo que más o menos por junio, una amiga me dijo que La Oreja de Van Gogh vendría a Chile en julio, después de cancelar su actuación de marzo 2004.

Muy desesperanzada, le conté a mi mamá, quien no mostraba el más mínimo interés de ayudarme a cumplir uno de mis mayores deseos.

A eso del 25 o 26 de junio, mientras desempacábamos las maletas de nuestro viaje al Observatorio Paranal, puse mi carita más tierna y le pregunté: “Mami… ¿al final voy a poder ir al concierto de La Oreja de Van Gogh?”

Ella se paró frente a mi puerta, me miró, y me dijo sonriendo: “Las entradas ya están compradas.” Creo que quedé sin palabras. Sólo atiné a saltar y abrazarla, ¡y decirle “gracias” hasta que me quedara sin voz!

Ya caían los últimos días del mes, cuando llamó mi abuelita materna desde Santiago. Las entradas, por comodidad y tiempo, iban a llegar a su casa.

Resulta que mi abuelita tiene un almacén, y siempre le llega mucha propaganda por correo. Al ver un sobre azul que decía “Visa”, no dudó, lo rompió, y lo botó. Luego de unos días, reaccionó y llamó a Iquique.

Ese día que llamó, me quedé escuchando por el otro teléfono, mientras le contaba a mi mamá lo que había hecho. Recuerdo haber colgado despacito, ¡y lloré tan desconsoladamente! ¡Mi sueño inalcanzable que alcanzaría en tan sólo una semana, se encontraba roto dentro de un camión municipal dando vueltas por la gran capital! ¡Qué angustia! ¡Que rabia! ¡Qué pena! ¡Inundé mi casa!

Durante esa semana corrimos para todos lados, y el teléfono se usó como nunca. Llamando a Ticketmaster y a Carabineros, y a mi abuelita para decirle que todo parecía estar solucionado. Un papel de Carabineros certificaría que las entradas se encontraban en poder de nadie, y que si alguien las encontraba (cosa poco probable), estarían rotas.

Teníamos pasajes a Santiago para el día 8 de julio en la mañana. El concierto sería ese mismo día, pero unas 12 horas más tarde. Nos daba tiempo suficiente para correr a la oficina de Ticketmaster, y buscar las entradas que nos entregarían. Estas estaban con un timbre especial, cosa que si alguien se presentaba con una entrada del mismo número, las nuestras serían las auténticas.

A las 7:30 llegué al Espacio Riesco con mi mamá y mi prima. Nerviosa y apurada, compré dos cintillos a un señor que los vendía por ahí, y muy emocionada le pasé mi entrada al guardia de la entrada.

Logramos una ubicación bastante buena, tomando en cuenta que llegamos solo media hora antes de la hora de inicio. Nos instalamos, sacamos las cámaras… y esperamos ansiosas.

A las 20:15 aparecieron, luego de sonar el tradicional “Que será, será”, que nos dejó a todos confundidos.

Fui la niña más feliz del mundo en ese instante. Salté y grité TODAS las canciones ese día, hasta aquellas que nadie parecía conocer (como “El 28”, que casi nadie cantó). A las 9:45 terminó el show, sin antes irse y dejarnos en suspenso por unos 5 minutos, luego de los cuales volvieron al escenario a cantar ¡todo aquello que aún no escuchábamos!

La salida fue un gran circo. Por suerte no andábamos en auto, así que con mi mamá y mi prima nos pusimos a observar el gran espectáculo que brindó el estacionamiento después. Sinceramente, era para grabarlo… ¡pero a mi cámara no le quedaba batería!

A las 12 de la noche recién llamamos a mi tío y le dijimos: “Creo que ya no quedan autos, no queda taco, no queda gente; ven a buscarnos.”

El próximo día lloré todo el día. ¡No de pena, de emoción! No podía dejar de agradecer a mi mamá por haber cumplido mi gran deseo. Simplemente no podía creer que hace menos de 24 horas, Amaia Montero, Xabi San Martín, Álvaro Fuentes, Pablo Benegas, y Haritz Garde, habían estado a unos pocos metros de mi, haciendo lo que mejor saben hacer:
¡Compartir con nosotros lo mejor de su música!

Un saludo para el Fans Club, que hoy celebran al igual que yo :)

-Raquel S.

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